domingo, 30 de marzo de 2008

Esta bien, pero...

En todos los creyentes encontramos dos aspectos bien definidos. Uno positivo y otro negativo. De acuerdo a cuál es el más fuerte, es el grado de fidelidad y devoción al Señor.

No obstante ello, todos tenemos un lado positivo. Tan cierto como que Dios juzga a nuesta vida sumamente importante, porque evidentemente tenemos un aspecto que es determinante.

Lamentablemente, los creyentes tenemos la tendencia a observar solo el lado negativo de las personas y de cosas. Esta práctica nos conduce inexorablemente a un falso juico de valor, porque siempre privilegiamos lo negativo sobre lo positivo, desconociendo o minimizando lo bueno que uno puede llegar a ser o hacer.

Este es un problema que causa, muchas dificultades en el pueblo de Dios, porque produce desánimo en el que trabaja y rencor en el que ha sido juzgado por los demás.

A esta altura, tal vez mas de uno piense que estamos haciendo un alegato a favor de la tolerancia a los errores que puedan realizan nuestros hermanos. Lejos está de nosotros aseverar este principio. Sí, pretendemos llamar a la atención sobre la necesidad de que en el trato unos a otros, podamos poner en práctica algunos principios bíblicos que nos lleven a un mayor respeto por los demás:

a) Valorar al hermano: La Biblia nos exhorta a que en “cuanto a honra, prefiréndoos los unos a los otros” (Rom. 12:10)

b) Nosotros podemos ser los equivocados: Los fariseos en los días del Señor, observaban los errores ajenos, ignorando los propios. Tengamos en cuenta que tal vez los errados podemos ser nosotros. (Mt. 7:5)

c) Corregir con fundamento los errores: El caso de Apolos (Hechos 18:24) es realmente ilustrativo. Él era una persona muy valiosa (elocuente, conocedor de las Escrituras, fervoroso, diligente), pero no conocía toda la verdad del evangelio. El matrimonio de Priscila y Aquila, seguramente vieron lo positivo y con fundamento corrigieron lo negativo. El resultado: Un vigoroso predicador del evangelio.

La tarea que tenemos por delante es muy grande, y las presiones del mundo en que vivimos, son muchas. Por eso es bueno que tomemos para nosotros el consejo que Pablo dejó a la iglesia en Tesalonica: “Anímense y edifíquense unos a otros” (1ª Tes. 5:11 - NVI)

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