miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA FAMILIA, EL REMEDIO DIVINO PARA LA SOLEDAD

Vivimos en un mundo hipercomunicado, pero en donde paradójicamente, las personas están solas. Podemos observar multitudes que caminan juntas, pero que se sienten solas. ¿Podríamos definir a qué llamamos soledad?. Es aquella dolorosa percepción de que carecemos de contactos significativos con los demás. Incluyendo una sensación de vacío interior que puede estar acompañada muchas veces de tristeza, desaliento, un sentido de aislamiento, inquietud, ansiedad y un intenso anhelo de ser querido o necesitado por alguien. La soledad puede tener muchas y variadas causas. Quisiéramos enumerar algunas: Las relaciones familiares malsanas, es decir la falta de lazos cariñosos desde los primeros años de vida. Esto contribuye a la experiencia de soledad. La actitudes independientes que nos hacen actuar como si fuéramos fuertes individualistas, absolutamente autónomos, liberados de Dios y de los demás. El temor: Hay una frase que dice: "La gente se siente sola porque construye paredes en lugar de puentes". Esto sucede por el temor a la intimidad, a que a uno lo conozcan, el temor al rechazo o al ser lastimado. La hostilidad: Algunos se sienten solos porque mantienen sentimientos de ira o resentimiento que hace que los demás se aparten de ellos y los eviten. La incapacidad para comunicarse: Cuando alguien no tiene disposición para comunicarse, o cuando no saben hacerlo honestamente, hay un persistente aislamiento y soledad aunque los afectados estén rodeados de otras personas. Las causas espirituales: San Agustín oraba: "Nos hiciste para ti, y el corazón del hombre no descansa hasta encontrar descanso en ti." Hay soledad que resulta de la falta de una experiencia personal con Dios. El individuo abiertamente rebelde contra Él muchas veces siente una profunda soledad existencial que sólo puede ser corregida llenando el vacío que la falta de Dios produce en cada corazón humano "hasta encontrar descanso" en Él. Esa misma soledad muchas veces resulta de una despreocupación por el cuidado de Dios y las demandas que Él nos hace. Ahora bien, desde las primeras páginas de la Biblia, encontramos a Dios en su función de creador de todas las cosas, de los seres vivos y de los inanimados. Desarrollando su tarea creadora en forma bella y perfecta, demostrando así su infinita sabiduría. Él ha hecho todas las cosas, siendo su obra máxima el hombre mismo. Es interesante notar que luego que creó al hombre, Dios sentenció que “no es bueno que esté solo”, por lo tanto formó a Eva para que fuese su ayuda idónea, estableciendo una institución que podría satisfacer las necesidades sociales, afectivas y emocionales del ser humano: La Familia. La constitución de la primera familia, fue la manera sabia de Dios, para luchar contra la soledad, estableciendo un vínculo fuerte basado en la integridad y el amor. El grave problema del ser humano es que está destruyendo el remedio de Dios para la soledad, sumergiéndose así en una mayor confusión social. Lógicamente, la gran pregunta que surge es: ¿cómo hacemos para que la familia sea perdurable? En primer lugar, debemos volver a las fuentes y escuchar al inventor de la familia, a Dios, rescatando los valores morales y espirituales, que lejos de quedar desactualizados, son el único factor de éxito para la estabilidad en el hogar. En segundo lugar debemos fomentar el amor, la comunicación y la pureza; para que la integración sea fuerte y provea a la estabilidad emocional a todo el núcleo familiar. Finalmente, para aquellos que piensan que el amor se puede extinguir, los invitamos a considerar al amor como un sentimiento que debe ser alimentado permanentemente en palabras y actitudes, de tal modo que se fortalezca y renueve cada día, proveyendo a la familia de una atmosfera de paz y armonía necesaria para la realización tanto individual como colectiva.

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