sábado, 26 de julio de 2008

"Cantar, cantar"

La música ocupa un lugar importante en nuestra vida. Tal vez porque desde que nacemos oímos canciones. La melodía susurrante de nuestra madre cuando somos bebes, las canciones infantiles con las que jugamos y aprendemos; luego la adolescencia y sus melodías que encierran las vivencias de una época en nuestra vida, finalmente la edad madura con canciones llenas de reflexiones sobre el presente y el futuro.

Una melodía y una letra acorde con cada etapa que vivimos, graba en nuestra memoria, recuerdos imborrables. Notamos que la música es un gran vehículo para transmitir emociones, puede tranquilizar, o exacerbar los sentidos, puede entristecernos, como así también expresar la alegría del corazón.

La Biblia, desde sus primeras páginas nos habla de los músicos (Gen. 4:21). En algunas historias, ocupan un lugar fundamental. David toca el arpa, y el corazón perturbado de Saúl halla reposo; el pueblo de Israel marcha a la ciudad de Jerusalén y lo hace entonando salmos (Sal. 122). En el Nuevo Testamento hallamos al Señor Jesús cantando un himno en la pascua (Mt. 26:30), y a los apóstoles cantando en una prisión (Hechos 16:25). Sin embargo en algunas ocasiones la música y el canto no fueron para edificación, por ejemplo, cuando Israel adora al becerro de oro (Ex. 32:17,18) o cuando se forma una gran orquesta en Babilonia para adorar una imágen (Dan. 3:3-7).

Siendo la música y el canto algo tan importante en nuestras vidas, nos parece poco inteligente no revisar el tipo de música que escuchamos. No pretendemos aquí hacer un estudio al respecto, sin embargo hay un principio bíblico con el cual podemos comenzar este examen.

Pablo en su primera carta a los corintios, tanto en el cap. 6:12 como en 10:23; deja en claro un gran principio que debe regir toda nuestra vida: "Aquello que puede ser lícito, pero no conviene al crecimiento cristiano, porque no edifica". Ésta es una gran verdad, lo que escuchamos puede ser algo que todos oyen, que se transmite libremente, que está de moda, que nos resulta agradable; sin embargo deberíamos preguntarnos: ¿me edifica como creyente? ¿me acerca a Dios? ¿lleva mi mirada al Señor? ¿está de acuerdo a los principios que leemos en la Biblia?.

Hermanos, pensemos que nuestra mente y corazón son como un recipiente. Por la importancia del tema, debemos prestar mucha atención a aquello que le permitimos la entrada, "porque de lo que abunda en el corazón habla la boca" (Lc. 6:45 NVI).

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