sábado, 26 de julio de 2008

¿qué predicamos? ¿Cómo predicamos?

Antes de su ascensión al cielo, el Señor Jesús, dejó un solemne encargo a sus discípulos: “me seréis testigos” (Hechos 1:8). Esta expresión se ha convertido en el motor de la obra evangélica a lo largo de estos dos milenios. Muchos hermanos motivados por el mandato del Señor, dejaron la comodidad y felicidad de sus hogares y se lanzaron a la gran empresa de la obra misionera, llevando el mensaje de amor y reconciliación por Jesucristo.

Desde los primeros cristianos hasta el presente, la iglesia ha desarrollado, con altos y bajos, el rol que el Señor mismo le impusiera en el libro de los Hechos y que Pedro resume claramente en 1ª Ped. 2:9,10: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”.

De ambas porciones podemos deducir que básicamente la predicación del evangelio es testimonio. ¿Quiénes pueden contar las virtudes de Dios, sino solo aquellos que por su gracia no están mas en las tinieblas, y que ahora son su pueblo y disfrutan de su misericordia?. Por eso el anunciar el evangelio es fundamentalmente contar nuestra experiencia personal con Dios. Lógicamente cuando hablamos de testimoniar, pensamos en palabras o en discursos; sin embargo hoy nos damos cuenta que también significa vida y ejemplo. Divorciar una cosa de la otra es caer en el error de los fariseos, es volcarse a la hipocresía y la falsedad.

Probablemente la falta de poder espiritual de la iglesia de hoy, se deba a la escasez de compromiso con el mensaje que predicamos. Por un lado, cada vez hay más cristianos que viven la espiritualidad de una manera superficial, dependiendo mas de la emoción que de la verdadera devoción y obediencia. También están aquellos que han consagrado como doctrina el principio de que “el fin justifica los medios”, manipulando la Escritura, manejándose con parámetros éticos del mundo.

El autor cristiano Richard Baxter en su libro “El pastor reformado” (año 1659) dice que “aquel que siente lo que habla, con certeza actuará conforme habla... es un fatal error de algunos ministros causar tal desproporción entre su predicación y su vida, de aquellos que estudian mucho para predicar con exactitud, pero apenas estudian para vivir con exactitud. Una semana parece demasiado corta para estudiar cómo hablar durante dos horas y, sin embargo, una hora parece demasiado larga para estudiar cómo vivir toda la semana... ¡Oh!, curiosamente he escuchado con cuánto cuidado predican algunos, y cuán descuidadamente los he visto que viven...”

Queremos reafirmar este concepto: No podemos predicar lo que no vivimos, es una incongruencia espiritual afirmar algo que no cumplimos.

Por detrás de este error, se cuelan otros problemas en la predicación de nuestros días. Notamos la proliferación de un mensaje liviano, sin demasiado fundamento y con poca exégesis bíblica. Es en algunos casos una mera repetición de textos de la Escritura, muchas veces no interpretados dentro del contexto y con el propósito mas de emocionar que de enseñar. John MacArthur Jr. en su libro “El ministerio pastoral” señala acertadamente que “la pérdida de su fundamento bíblico es la razon principal de la decadencia de la predicación en la iglesia contemporánea. Y el decaimiento de la predicación es un factor enorme que contribuye a la debilidad y mundanalidad de la iglesia. Si la iglesia ha de recobrar su salud espiritual, la predicación debe volver a su fundamento bíblico apropiado”.

También hoy tenemos una predicación “marketinera”, este neologismo indica una predicación a gusto del consumidor, basado más en lo que le interesa a la gente que en lo que Dios quiere decir. Es cierto que las personas tiene necesidades y que acuden a nuestros templos en busca de algo que la satisfaga, pero no debemos olvidar que lo único que trae alivio al alma es el encontrarse con Dios y con su Palabra, no con razonamientos humanos. San Agustín oraba de esta manera: "Nos hiciste para ti, y el corazón del hombre no descansa hasta encontrar descanso en ti.". El individuo que vive lejos de Dios muchas veces siente una profunda necesidad existencial que sólo puede ser satisfecha llenando ese vacío con Dios mismo. Por eso la persona que se acerca con sus conflictos y dilemas, debe encontrarse con Dios como única manera de encauzar la vida.

También queremos mencionar un error cada vez mas común en nuestras predicaciones. Muchos utilizan el púlpito para dirimir cuestiones personales, generalmente escondidas en supuestas discusiones doctrinales, que solo sirven de pantalla para las verdaderas intenciones.

No olvidemos que quien trae el mensaje de Dios, realiza un ministerio profético (obviamente distinto a los profetas bíblicos). El enviado del Señor (un “keryx” heraldo en griego) trae un mensaje avalado por las Sagradas Escrituras, es el vocero de Dios para la congregación que se sienta a escuchar el sermón; por eso utilizar el espacio de la predicación para controversias particulares, es desvirtuar la función del predicador cristiano. Además sería bueno recordar que esta actividad profética o predicación de la Palabra de Dios, debe encuadrarse en los requisitos que Pablo establece en 1ª Cor. 14:3: “el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación”. Si con nuestro mensaje lo único que provocamos es el malestar y el desánimo de los hermanos, entonces estamos por mal camino.

Es importante establecer una vez mas, qué debemos predicar, es decir el contenido del mensaje que transmitimos. Para eso es bueno volver a las Escrituras, y mirar al primer predicador de la iglesia cristiana. Hace un poco más de dos mil años, un hombre “sin letras y del vulgo”, se paró en medio de una multitud frente al asombro de ellos, y predicó un mensaje que además de conmover a sus contemporáneos, nos deja una clara lección de los ingredientes que un mensaje cristiano debe tener, por eso observemos juntos el mensaje del Apóstol Pedro en Hechos cap. 2 y 3:

· El mensaje debe ser bíblico, basado en las Sagradas Escrituras. (2:16-21; 25-28; 34-35; 3:22-25 )

· El mensaje debe ser cristocéntrico, ya que el Señor Jesús es el tema central de la Biblia. (2:22; 3:18)

· Debemos acercarnos a la Cruz, porque la muerte de Cristo es una verdad fundamental. (2:23; 3:18 )

· No se debe eludir la verdad del pecado y la culpabilidad del hombre. (2:36; 3:14 )

· El poder de Dios manifestado en la resurrección de Jesucristo, también puede ser efectivo en nosotros. (2:24; 3:15 )

· Al finalizar, el llamado nos hace conscientes de que no podemos volver a nuestros hogares como vinimos. (2:38; 3:19 )

Para concluir recordamos el solemne encargo que Pablo hace a su discípulo Timoteo: “Predica la Palabra” (2ª Timoteo 4:1,2). Creemos que frente a esta etapa de la iglesia que nos toca vivir (tiempos de cambios y crisis), el llamado apostólico tiene una renovada aplicación, porque es junto al Señor y su Palabra en donde podemos aferrarnos como una roca firme para no sucumbir, primeramente aquellos que tienen la responsabilidad y el privilegio de transmitir el mensaje de Dios y en segundo lugar las congregaciones en donde nos desenvolvemos. De alli que la responsablidad sea doble, por un lado la importancia del mensaje y por otro los creyentes que nos escuchan.

Pablo lo exhorta a Timoteo: “Predica la Palabra”, ese es el contenido del mensaje, pero agrega: “persiste en hacerlo, sea o no oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar”, esa es la manera de llevarlo a cabo. (2ª Tim. 4:2 NVI)

¡Dios nos bendiga ante tan extraordinaria tarea!

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